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Some people have an angel on one shoulder and a devil on the other. Me, I've got a hat and a vest, Acid and Sour, Jazz and Tango.

No soy sexista

Y hoy lo voy a demostrar.


A menudo he criticado a las calientabraguetas (por ser elegante), a la chica Balay que calienta pero no quema. La que disfruta jadeándote en la oreja para dejarte luego con un buen dolor de huevos.
Ni que decir tiene que pocas cosas hay que me exasperen más que estas niñatas adivadas que se suplen así su falta de autoestima.


Pues bien.
Debo decir, sin temor a equivocarme, que he encontrado a un calientabragas.
De los peores.

De los que acarician, tocan, muerden la oreja, susurran, y en el último momento se apartan de ella y la dejan tirada en el sofá con los pantalones humeantes.

Quizás realmente no le guste la chica, quizás no se atreva, o quizás sea una cuestión de principios. Pero está claro que, sin duda, disfruta con esa certeza maquiavélica de que está apelando a un instinto que va a quedar insatisfecho, alimenta el ego causando excitación, y el masoquismo negando algo que parecía claro en el momento más crítico.



Y me parece una gilipollez igual de exasperante.

Confirmación

Ayer hablé con una ex-desconocida.
Era una chica perteneciente al grupo de las que te cuentan su vida recién te conocen.

Al parecer, su gran amargura era un tipo que pasa de ella, pero se la tira de vez en cuando. Una especie de follamistad forzada, porque él no quiere nada más. Y el resto del tiempo, no le hace caso. Mientras, ella le manda mensajes, le avisa de que no a ir a comer, etc...

Y, aunque no le preste ninguna atención y la utilice, aunque se comporte con respecto a ella como lo que se conoce como un cabrón, ella no puede evitar estar enganchada de él.


Dicho esto, sólo diré: Ejem, ejem.

Porque sí.

Son casi las dos de la mañana, entre semana, y mañana madrugo.

Debería ir a dormir.

Debería hacer los análisis que tengo pendientes para mañana.

Debería darme una ducha y meterme en la cama de una vez.



Pero no me da la gana.

Porque tengo a Miles Davis en el cuarto, una timba de póker en el salón, una chica orgullosa de sus pechos en la sila, dos amigos tras las cartas y un vaso de vino (se acabó el Martini) en la cocina.

[Porque tengo el pecho trastocado]

Pero, principalmente, porque no me da la gana.


Y es deliciosamente liberador.